El primer año de gobierno de Javier Milei en Argentina ha estado marcado por una profunda polarización política y social, así como por la implementación de un ajuste económico considerado el más grande de la historia reciente del país. El presidente, identificado con ideas libertarias y un discurso de ruptura con el pasado, impulsó un programa de shock que incluyó la reducción drástica del déficit fiscal, la devaluación del peso y la eliminación de regulaciones, lo que permitió alcanzar un superávit primario y una baja de la inflación al 1,5% en abril de 2025, el nivel más bajo desde 2020.

Sin embargo, el costo social del ajuste ha sido significativo. Diversos estudios académicos y paneles de expertos advierten que la pobreza y la desigualdad se han profundizado, afectando especialmente a los sectores más vulnerables. La desafección ciudadana y la polarización política se han acentuado, con una sociedad dividida entre quienes apoyan la estabilización económica y quienes critican el impacto social de las medidas.

En el plano político, la herencia del kirchnerismo sigue presente. Un reciente fallo judicial en Estados Unidos obliga al Estado argentino a desprenderse del 51% de sus acciones en YPF, como consecuencia de la expropiación realizada durante la presidencia de Cristina Kirchner y con Axel Kicillof como ministro de Economía. Este episodio reavivó el debate sobre la responsabilidad de gobiernos anteriores y es utilizado por el oficialismo para capitalizar políticamente la situación.

El modelo económico de Milei es comparado con el de Carlos Menem en los años 90, aunque enfrenta desafíos adicionales como la falta de mayoría legislativa y la ausencia de grandes inversiones extranjeras. Analistas subrayan la necesidad de alcanzar consensos macroeconómicos que permitan una alternancia política sin poner en riesgo la estabilidad lograda.

Mientras tanto, la sociedad argentina sigue enfrentando tensiones entre la búsqueda de estabilidad y el reclamo por mayor equidad social, en un contexto donde la polarización y la desafección política dificultan la construcción de acuerdos duraderos.